¿De dónde salen los conocimientos que utilizamos los psicólogos? En la práctica diaria, los psicólogos aplicamos terapias, damos recomendaciones y en general, hacemos afirmaciones sobre el comportamiento de los humanos. Sabemos que los introvertidos realizan ciertas tareas mejor que los extravertidos, sabemos que al sufrir la pérdida de un ser querido nuestro duelo pasará por una serie de etapas y sabemos que, en las familias desestructuradas los niños obtienen peores resultados académicos. Sabemos infinidad de cosas que podemos utilizar con nuestros pacientes cada día. Pero, de dónde proviene toda esa “sabiduría”, cómo hemos llegado a saber todo lo que conocemos en la actualidad. La respuesta es simple, al igual que otras ciencias como la medicina, la biología o la física, lo hemos hecho a través del método científico.
No siempre fue así. En sus orígenes, la Psicología estuvo más relacionada con el pensamiento filosófico y especulativo que con la ciencia, pero esto fue cambiando desde finales del siglo XIX hasta transformarse por completo en una ciencia empírica. Hoy en día, existen miles de centros por todo el mundo investigando en las cuestiones que nos son relevantes, como la inteligencia, la depresión o el duelo, y todos ellos utilizan el método científico en sus estudios. Este método consiste en una premisa sencilla, pero rotunda: “cada teoría o afirmación debe ser contrastada con la realidad”.
La lógica del método sigue los siguientes pasos: primero, el investigador establece una afirmación, ésta puede ser, por ejemplo, una teoría o una nueva explicación de algún fenómeno. A esta afirmación, la llamamos hipótesis y debe cumplir la condición de poder ser contrastada empíricamente. Por ejemplo, la hipótesis de que trabajar mucho colorea de azul nuestra alma no podrá ser nunca científica, ya que no existe la posibilidad real de medir el color del alma. Por el contrario, la hipótesis de que trabajar excesivamente genera malestar sí lo podrá ser; podemos saber empíricamente cuánto trabaja una persona y medir su grado de malestar a través de un test de específico. En un segundo momento, el investigador debe diseñar un procedimiento para comprobar su hipótesis, idealmente (aunque no es el único método) a través de un experimento. Un experimento supone cambiar algo para ver qué efecto produce. Es la lógica de la causa y el efecto. Si A es la causa de B, entonces al cambiar A se deberá producir un cambio en B. Siguiendo el ejemplo anterior, podríamos coger un grupo de personas y asignarles trabajos de 20 horas semanales durante un mes, al final del mes medimos el grado de malestar, cansancio, felicidad, etc. Al mes siguiente les asignamos trabajos de 60 horas semanales, y de nuevo, al finalizar, tomamos las mismas mediciones. Si comparamos las medidas del primer y segundo mes y encontramos que son muy diferentes (hay más cansancio y malestar en el segundo mes) podríamos concluir que, tal como habíamos pensado, trabajar mucho produce malestar en las personas. Esta comparación, habitualmente se realiza a través de la estadística, y nos permite decidir sobre la validez o no de nuestra hipótesis. Fíjate en la idea: si los datos reales confirman nuestra hipótesis, se decidirá que ésta es válida, si por el contrario la contradicen, se decidirá que es falsa y por tanto desechada (estrictamente hablando sólo se podría afirmar lo segundo). Sencillo pero eficiente. El lector (y yo misma) podría reprochar que: ¡no hace falta un experimento para saber eso! Cierto, es sólo un ejemplo para explicar el método científico; en la realidad se investiga sobre cosas más complejas, como los procesos neuronales que nos ayudan a pensar o los aspectos psicosociales implicados en el acoso escolar. Las áreas son variadísimas; para hacernos una idea, según Web of Science, en Psicología se publicaron unos 50.000 artículos científicos sólo en 2016 (resultado de otras tantas investigaciones). La cantidad de conocimientos científicos en psicología, hoy en día, es abrumadora.
No todo es un camino de rosas en la investigación en psicología. Antes hemos dicho que, el experimento era la manera idónea para comprobar una hipótesis; pero en psicología, tenemos peculiaridades que no se dan en otras ciencias y que nos obligan a utilizar muchas veces otros métodos. Algunas de esas peculiaridades están relacionadas con la imposibilidad de cambiar aspectos de las personas. Por ejemplo, suponga que establezco la hipótesis de que los introvertidos realizan mejor tareas numéricas que los extravertidos. Tendría que manipular la intraversión-extraversión de las personas para ver cómo resuelven las tareas, pero eso no es algo que pueda hacer, ¡no puedo convertir a un introvertido en un extravertido! Otro tipo de problemas que suelen darse están relacionados con aspectos éticos. Supongamos que sí podemos convertir a un introvertido en extravertido, a través, por ejemplo, de una operación de cerebro. Bien, ahora puedo hacer el experimento, pero ¿sería ético? Aunque hay algunos trabajos de psicólogos que han rozado (e incluso superado) el límite de lo razonablemente moral (como los famosos casos de Milgram o Zimbardo) lo cierto es que son casos puntuales, que sucedieron a mediados del siglo XX. Hoy en día, debe respetarse escrupulosamente el código ético internacional para la investigación con personas, e incluso solicitar permisos a comités éticos de hospitales y universidades cuando el caso lo requiera.
En los casos como los anteriores, en los que no sería oportuno o ético utilizar experimentos, la ciencia dispone de una completa batería de alternativas como son los estudios epidemiológicos, los diseños cuasi-experimentales, etc.
En definitiva, la psicología moderna posee un estatus de ciencia empírica al igual que otras disciplinas como la medicina o la biología. Cualquier teoría expuesta por un psicólogo profesional ha sido corroborada empíricamente con anterioridad, usando el método científico; y la validez y utilidad de los tratamientos que emplea, demostrada.